Por Sister Patricia Rodríguez Leal, CSC
Una invitación que no esperaba
Desde pequeña me conmovía ver el sufrimiento de los niños a causa de la violencia. Soñaba con hacer algo para ayudarlos. Esa fue una de las razones por lo que decidí estudiar para maestra. Trabajando en diferentes escuelas públicas, todas ellas en los márgenes de las ciudades donde la violencia prevalece, encontré la misma necesidad de paz.
Después de tres años trabajando como docente, una amiga me pidió que la acompañara al Centro Vocacional de Monterrey, en el noreste de México. Ella quería discernir su llamado a la vida religiosa. Fui sin expectativas, solo para acompañarla. Durante las pláticas descubrí otra posibilidad de servir, de una forma radical. Aunque lo que experimenté durante el proceso me emocionó mucho, ese no era para mí el momento de dar una respuesta.
Mas tarde mi hermana mayor me presentó a las Hermanas de la Santa Cruz, a quienes ella conoció a través de un programa llamado Buscando mi Camino. Disfruté las reuniones a las que fui, pero no estaba interesada en hacer otro proceso de discernimiento.
Ven a ver
Después de eso, otra amiga, quien también conocía a las hermanas, me invitó a otro programa llamado Ven a Ver. Éste consistía en vivir en el convento por tres meses, sin compromisos, para conocer la cultura de las hermanas y ver de cerca la vida religiosa. Mi amiga estaba muy entusiasmada por vivir la experiencia, y yo, por tercera vez, acepté participar para acompañarla.
Aunque mi intención era solo a acompañar a esa amiga, tomé ese tiempo con mucha seriedad, ya que me sentía muy agradecida por la oportunidad de estar ahí. En las reuniones individuales hubo preguntas que me ayudaron en el proceso de discernimiento, como, ¿qué piensas de la vida religiosa?, ¿cuáles son tus sueños?, ¿cómo te ves en el futuro? Todo eso me ayudó en mi conocimiento personal.
Cerca del fin de los tres meses, mi amiga dejó el programa. En cuanto a mí, experimenté una sensación de paz y alegría que me llevaron a solicitar tres meses más en el discernimiento. Después de concluir el segundo tiempo, la idea de quedarme seguía presente, pero esta vez decidí irme a casa. Antes de salir, le dije a las hermanas que regresaría en seis meses para comenzar el proceso de formal para ser una Hermana de la Santa Cruz.
Cuando regresé al convento, había otras tres jóvenes haciendo discernimiento con la comunidad. Fue bueno estar acompañada en el proceso. Los días de oración, así como compartir historias durante las comidas, celebraciones de cumpleaños, y conocer los ministerios de las hermanas, me ayudaron mucho a visualizarme como una hermana religiosa.
Mi misión personal
Durante este tiempo se me pidió escribir mi historia de vida, que me ayudó a hacer un recuento de todas las experiencias de Dios. Hubo una memoria en particular, la misa de Resurrección de mi sobrina, Vivian, quien había muerto dos años antes. Recuerdo las palabras del sacerdote: “Vivian cumplió su misión al hacer felices a sus padres”, entonces nos preguntó, “¿Cuál es tu misión?” Su pregunta me hizo reafirmar mi llamado a construir espacios de no violencia, educando a niños, y niñas, a través de los valores de la paz.
El tiempo me ayudó a darme cuenta de que la Congregación de las Hermanas de la Santa Cruz era la comunidad donde me sentía bienvenida, con la libertad de ser yo misma, y de llevar a cabo mi misión. Me sentí muy contenta por continuar en la siguiente etapa de formación: el noviciado.
Nuevo idioma y cultura
Realicé mi noviciado en Los Ángeles, California, USA. Aprender la lengua y la cultura, y estar lejos de todo lo que me era familiar, no fue un proceso fácil. Pero el tiempo y sentir el cariño de la gente del ministerio me ayudó a sentirme en casa. Esas experiencias, junto con las vividas en comunidad, fueron siempre una oportunidad de crecimiento y de hacer más grande mi deseo de ser una hermana.
El 9 de mayo del 2009 hice mi primera profesión de votos. Mi compromiso con Dios fue a estar abierta a aceptar la ayuda de mi comunidad para crecer como hermana, en momentos de alegría y de tristeza. Recientemente celebré 14 años de profesión religiosa. A través de estos años, he vivido en diferentes comunidades y hecho ministerio con hermanas de diferentes países, en México y los Estados Unidos.
Mi sueño de construir espacios de paz se hizo posible. Con el apoyo de las hermanas y de unas amigas fundé un ministerio llamado Niños por la Paz. Es un programa después de clases que ayuda a los pequeños a verse como hijos de Dios. Ahí aprenden a amarse ellos mismos, a los demás, y a todo lo que nos rodea. Niños por la Paz comenzó en el 2010, en la ciudad de Guadalupe, Nuevo León, México, durante el tiempo más crítico de violencia en el país.
Ahora puedo decir que elegir la vida religiosa ha sido una bendición. Estoy agradecida por todos estos años de vivir con mujeres de compasión, con libertad de ser ellas mismas, y con el deseo de extender el amor de Dios a toda la gente.
Cuando acompañé a mi hermana, y a mis dos amigas, a discernir su vocación, nunca imaginé mi vida de esta manera. Agradezco a Dios por su invitación, y por la belleza de lo inesperado.