Click here to read this blog in English.
San Pedro, ubicado en San Juan de Lurigancho, es uno de los Asentamientos Humanos (AA.HH.) en Lima, Perú. Los AA.HH. son grupos de familias establecidas en un espacio en el que se carece de servicios básicos como agua, alcantarillado, etc. Yo ejercía mi ministerio ahí como catequista cuando tenía 18 años. Cada fin de semana me encontraba y jugaba con los niños y compartía la Buena Nueva del Evangelio entre más jóvenes como yo y con sus mamis y/o papis.
Un día, mientras caminaba por el barrio, vi a lo lejos que algunas de las mías, aquellas niñas y niños encantadores, corrían como hacia a mí. Mis manos estaban listas para recibirles y prácticamente yo me apuré para alcanzarles. Pero, desde el otro lado de la calle, aparecieron tres mujeres. Esas pequeñuelas corrían para ofrecer muchos abrazos y besos a las “Verbas” (como se las conocía a esas Hermanas). Me detuve; estaba conmovida.
Tres hermanas, una irlandesa y dos peruanas, vestidas como yo (pantalones, polo y sandalias) recibían alegremente a las alegres y ruidosas chiquitinas. El brillo y la alegría de esas criaturas y de las hermanas despertaron mi curiosidad. "¿Quiénes son estas mujeres?" me pregunté y lo verbalicé. Una de las adolescentes me dijo: "Son nuestras hermanas". Percibí mucho, muchísimo amor cuando aquella joven me explicaba sobre la comunidad de monjas que se había mudado recientemente en el barrio para vivir no sólo cerca de la gente, sino entre ella. Desde ese día, no dejé de plantearme qué es lo que tienen estas mujeres que hace que su impacto sea tan significativo para tanta gente de mi pueblo.
De repente, casi sin darme cuenta, yo ya estaba entre y con las hermanas rezando, hablando, riendo, comiendo, sirviendo y soñando. Todas éramos diferentes en edad, generación, cultura, idioma y, por supuesto, nacionalidad (cuatro países siendo precisa). Pero había algo en ellas y en mí que coincidió. Las experimenté como hermanas, compañeras en el discipulado. Esa pregunta, esas experiencias y tantas otras me llevaron al cabo de un año a abrirme a un proceso de discernimiento que se afirmó dos años después cuando empecé a vivir en comunidad aquel caluroso (muy peruano) miércoles de diciembre del 2004, y cuando profesé mis votos para consagrar mi vida a Dios y mi corazón a las(los) demás como una hermana de la Caridad del Verbo Encarnado de San Antonio en 2007.
Sí, es correcto. Soy una Verba. Este año estoy celebrando mi décimo quinto aniversario como religiosa. Este amor radical que Dios nos tiene me ha conducido y nutre mi promesa de compartir mi pasión por la vida en varios lugares de Perú, México y casi ya tres años en esta tierra, los Estados Unidos. De hecho, vivir en Missouri no sólo me ha hecho apreciar y prestar más atención a la belleza de la creación de Dios a través de sus muy notables estaciones del año, sino también a sus gritos. El grito de la tierra y de quienes sobreviven en la exclusión denuncian el racismo, el clasismo, el favoritismo y el consumismo, para nombrar algunas heridas. El grito es claro, fuerte, y me duele. Y aquí estoy. Sigo escuchando, rezando, hablando, protestando, haciendo silencio, uniéndome y colaborando con muchas otras que se resisten creativamente a aceptar que los cambios estructurales no son posibles. Hay mucha, muchísima gente buena que sueña y contribuye en la construcción de un mundo más humano para el todo, todas y todos.
La vida religiosa tiene ese algo que aquellas chicuelas de mi barrio de San Pedro me revelaron con sus gestos. Parece que, para ver de qué se trata y de quién se trata, es necesario acercarse, estar ahí. Yo encontré no sólo a mis compañeras para ser esa presencia real y tangible del amor de Dios "donde las papas queman" (como se dice en Perú al describir el lugar donde es necesario y urgente estar y responder), sino también una sororidad global que cree en el amor de Dios aquí y ahora, y se prepara para lo que viene. Jesús está llamando, "vengan y vean".
Photo: Hermanas de la Caridad del Verbo Encarnado de San Antonio Hna. Katty Huanuco, Hna. Helena Monahan, Carmen Ramirez (novicia), y Hna. Cathy Vetter. Gracias a Hna. Katty Huanuco.